ENRÍQUEZ

       Esta familia de la nobleza castella procede directamente de los Reyes de Castilla, y entronca con el linaje novohispano de los Fonseca. Escudo de los Reyes de CastillaLa sucesión es como sigue, a partir de Fadrique Alonso de Castilla (hijo de Alfonso XI, Rey de Castilla, y de doña Leonor de Guzmán):

       I. Fadrique Alonso de Castilla, Señor de Haro, Maestre de Santiago, nació el 13-I-1334, en Sevilla. De doña Leonor de Angulo y Agüayo (hija de Lope Alfonso de Angulo y Haro, y de doña Elvira Díaz de Aguayo y García Carrillo) tuvo por hijos, entre otros, a 1) Don Alfonso Enríquez de Castilla (que sigue con la línea de los Enríquez) y a 2ª) Doña Leonor de Castilla (c.1363), que casó con Diego Gómez de Sarmiento, y tuvieron por hija a doña María Sarmiento (c.1385), que casó con Fernán II Pérez de Ayala (1372-1436). Algunos genealogistas sostienen que, de este enlace habría nacido doña Teresa Díaz de Ayala (ver su árbol genealógico), mujer de Sáncho de Galartza, Señor de la Casa de Galartza en el Valle de Lenitz (Aretxabaleta, Gipuzkoa). De esta pareja proceden tres líneas de antepasados de nuestro bisabuelo Cándido Madaleno Gasteasoro (ver Casa de Galartza).

       II. Alfonso Enríquez de Castilla, Señor de Medina de Ríoseco, Almirante de Castilla, nació en 1354 y casó con Juana de Mendoza "la Ricahembra" (hija de Pedro González de Mendoza y Aldonza de Ayala: ver nota 1). Tuvieron por hijos a: Fadrique Enríquez, Almirante de Castilla (c.1390, que casó con Teresa de Quiñones), Inés Enríquez (c.1400, que casó con Juan Hurtado de Mendoza, Señor de Almazán), Enrique Enríquez (c.1402, que sigue) y María Enríquez (c.1405, que casó con Juan de Rojas, Señor de Monzón: ver nota 3).

       III. Enrique Enríquez, 1er. Conde de Alba de Liste nació hacia 1402 y casó con María Teresa de Guzmán (c.1405-1479). Tuvieron por hijos a Juana Enríquez (c.1425, que casó con Diego de Quiñones, Primer Conde de Luna) y a Juan Enríquez (4° hijo , c.1445, que sigue).

       IV. Juan Enríquez de Guzmán, Señor de Velver y Cabreros, nació hacia 1445 y casó con Constanza de Almansa, hija de Diego de Almansa, Señor de los estados de Almansa, Alcañices, Tavara y otros, y de María de Zúñiga, de los 1os. condes de Nieva (por lo tanto, hermana de Juana de Zúñiga, ver su árbol genealógico, antepasada de la novohispana Francisca Osorio de Castilla). Tuvieron por hijo a

       V. Francisco Enríquez de Almansa, 5° Señor de Alcañices, Tavara, Velver y Cabreros, y Señor del estado de Valderrábano (en sucesión de su tío, Juan de Almansa), 1er. Marqués de Alcañices. Nació hacia 1475 y murió en 1541. Casó con Isabel de Ulloa y Castilla (ver nota 2), descendiente de Pedro I de Castilla. Tuvieron por hijo a

       VI. Juan Enríquez de Almansa, 2° Marqués de Alcañices, nació hacia 1510 y murió antes de 1544. Casó con Elvira de Rojas (ver ascendencia en nota 3). Tuvieron por hija a

       VII. Ana Enríquez de Almansa nació hacia 1535 (ver un curioso suceso de su vida, cuando tenía 23 años de edad, en nota 4). Casó con Juan Alonso de Fonseca y Toledo, hijo de Rodrigo Messía Carrillo (Señor de la Guardia y Santa Eufemia, hijo de Rodrigo de Messía y María Ponce de León) y Mayora de Fonseca y Toledo (ver Fonseca). Tuvieron por hijo a Alfonso de Fonseca Enríquez (c.1575), que casó con Blanca de Villavicencio.

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Notas

[1] Pedro González de Mendoza, 9° Señor de Mendoza, que estuvo casado con Aldonza de Ayala (hija de Fernán Pérez de Ayala y Elvira Álvarez de Ceballos). Una hija de esta pareja, doña Inés López de Mendoza, parece que casó, hacia 1358, con don Diego Fernández de Olarte (ver Señores de Olarte), que era alcayde y merino en la fortaleza de Mendoza (Araba), perteneciente a Pero González de Mendoza.

[2] Descendencia de la Casa de Ulloa (ascendientes de Isabel de Ulloa)
I. Juan Pérez de Ulloa (c.1375) casó con María Yáñez de Andrade y tuvieron por hijo a
II. Pedro Yáñez de Ulloa (c.1405) casó con Juana de Herrera y tuvieron por hijo a
III. Rodrigo de Ulloa (c.1435), Señor de la Mota, Alcaide de la fortaleza de la ciudad de Toro, Contador Mayor de los Reyes Católicos, Caballero de Santiago. Casó con Aldonza de Castilla y tuvieron por hija a
IV. Isabel de Ulloa (c.1475-1544), que casó con Francisco Enríquez de Almansa, 1er. Marqués de Alcañices.

[3] Descendencia de Juan de Rojas y María Enríquez (ascendentes de Elvira de Rojas, la mujer de Juan Enríquez de Almansa, Marqués de Alcañices)
I. Sancho de Rojas (c.1430), Señor de Monzón, casó María Pereira y tuvieron por hijo a
II. Diego de Rojas (c.1460), Señor de Monzón, casó con Elvira de Rojas, Señora de Poza, y tuvieron por hijo a
III. Juan de Rojas (c.1485), 6° Señor y 1er. Marqués de Poza, 7° Señor de Monzón y Cabía, Señor de Valdespina y Serón. Casó con Marina Sarmiento (hija de Pedro Ruiz Sarmiento de Castilla, 1er. Conde de Salinas, Repostero Mayor del Rey, y María de Villandrado y Zúñiga, de los 1os. condes de Ribadeo) y tuvieron por hija a
IV. Elvira de Rojas (c.1515), que casó con Juan Enríquez de Almansa, Segundo Marqués de Alcañices.

[4] Ana Enríquez de Almansa, Marcelino Menéndez y Pelayo, en su Historia de los heterodoxos españoles, dice lo siguiente sobre ella: "Ana Enríquez, hija del Marqués de Alcañices, mujer de don Juan Alonso de Fonseca, fue condenada a que subiese al cadalso con el sambenito y vela y ayunase tres días y volviese con su hábito a la cárcel, y desde allí fuese libre. Mostraba arrepentimiento de sus pecados y pareció a todos muy hermosa". La belleza de Ana Enríquez también aparece en la novela de Miguel Delibes ("es una criatura demasiado bella para quemarla", dice don Ignacio Salcedo). Tal cualidad, sin embargo, parece ser la causa del malestar popular que produce el hecho de castigarla tan levemente la Inquisición: "El pueblo no podía perdonar la insignificancia de la pena, los aires de superioridad de la penitente, su rango, belleza y suficiencia". Miguel Delibes, obviando la circunstancia histórica de estar casada con Fonseca, describe una hermosa relación de admiración y amistad entre la joven y Cipriano Salcedo. En los últimos momentos, Ana escribe a Salcedo un billete en el que le suplica que confiese, para "satisfacer en algo a los inquisidores". Poco más adelante continúa: "Recuerdo la visita a La Confluencia, la finca de mi padre, con ocasión de las ligerezas de Cristóbal de Padilla, que tan caras estamos pagando todos. Aquellos minutos felices de un otoño dorado, paseando en su amable compañía por el jardín, me han dejado honda huella". Cipriano contesta, recordando también con nostalgia:"...vuestra presencia en mi casa el día de la huída, vuestra despedida, aquel gesto imprevisto y efusivo con que me dijo adiós...".
       Ana Enríquez fue una de las primeras víctimas de la Inquisición en Valladolid. Hija de los marqueses de Alcañices, doncella de veintitrés años de edad y de extremada hermosura (Moza hermosa se la llama en las relaciones del auto). Esta declaración y otras tres de D.ª Ana se leen a continuación de la de Pedro de Cazalla en el t.1 de Testimonios del Proceso de Carranza. Leamos su declaración de 23 de abril de 1558, hecha en la huerta de su madre ante el Licenciado Guilielmo, inquisidor:
       «Vine a esta villa (de Valladolid) desde Toro por la Conversión de San Pablo, e luego doña Beatriz de Vibero me habló e me persuadió a que la verdad del espíritu y salvación la había ya descubierto y que tenía certidumbre de su salvación e de estar perdonada de Dios por solos los méritos de la pasión de J. C. e porque ella ya tenía a J. C. recibido por la fe, e que esto llamaba vestirse de J. C., porque ya estaban hechos miembros de Christo y eran hermanos suyos e hijos de su Padre por su redempción, y ella me dijo entonces muchos errores, que toda la vida passada era cosa perdida y las devociones e todas las cossas santas que hasta aquí teníamos... y que sólo lo que habíamos de tener era todos los merescimientos de J. C. e su passión, e que en El teníamos sobra de justicia para salvarnos. Y escandalizándome yo de esto por echar a mal las obras, me dixo que después de recibido a J. C. en espíritu eran buenas las obras para agradecer a Dios la merced que nos había dado, aunque no eran bastantes y que en todo habíamos de parescer hijos de tal padre e hazer lo que por su espíritu nos mostraba e guiaba. E yo entonces le dixe, a lo que creo: '¿Qué es esto que dizen que hay herejes?' Y ella respondió que aquellos eran la Iglesia y los santos. E entonces yo dixe: '¿Pues el Papa?' Y ella me dixo: 'El espíritu de Dios: aquí está el Papa', diziendolo por los que estaban alumbrados. E que lo que yo había de hazer era confessarme a Dios de toda mi vida, e tener por perdido lo más santo de todo lo passado..., e que no había de confessarme a hombres que no tenían poder para absolver, y que esto se había de creer e había de recibir con la fe, y que después se vería claro. E yo le pregunté: '¿Pues lo del purgatorio y las penitencias?' E ella me dixo: 'No hay purgatorio ni otra satisfacción sino recibir a J. C. con la fe, y se recibe con él perdón de los pecados y toda su justicia.' Yo, probando a hazer esto que me dezía de la confessión e de recibir assí a Christo y de estar satisfecha de esto, no podía acabarlo conmigo enteramente, aunque con todo esso, sin otra persuasión, me confessé con un fraile como [938] antes, sólo por cumplimiento, y no le dixe ni descubrí ninguna de estas cossas al confessor. E también la dicha doña Beatriz de Vibero me dixo que de la Comunión no se daba sino la mitad: que daban el cuerpo y no la sangre... y que era un sacrilegio poner allí en la Iglesia el Sacramento. E yo, no estando determinada a esto por tener muchas dubdas en ello, e gran trabajo de espíritu, acordé de esperar al Padre Fr. Domingo de Rojas, y estarme assí hasta que él me satisfiziesse, y venido él... en la Cuaresma passada, con lo que me habló e me declaró todo lo de arriba que la dicha doña Beatriz me había dicho, quedé satisfecha e lo creí ansí realmente. El me dixo que del Luthero tenía grande estimación y era santíssimo, que se puso a todos los trabajos del mundo por decir la verdad, e díxome que no había más que dos sacramentos, que era el baptismo e la Comunión, y que en esto de la Comunión no estaba Christo del arte que acá tenían, porque no estaba Dios atado, que después de consagrado no pudiesse salir de allí... y que idolatraban adorándole, porque no adoraban sino el pan, e me dixo que adorar el crucifixo era idolatría, e assí mesmo el dicho fray Domingo una noche me leyó en un libro de Luthero, que trataba de las buenas obras que el christiano había de hazer..., e assí mesmo me dixo que después de venido Christo e hecha la Redención nos había librado de toda servidumbre, de no ayunar ni hazer voto de castidad... ni otras obras por obligación, e que en las religiones se hazían mil sacrilegios, e que lo peor de todo era dezir misa, porque sacrificaban a Christo por dineros, e que si no fuese por escándalo, que no traería hábitos».


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