RAÍCES FAMILIARES CRISTIANAS
(por Víctor Cano S.)

       En un tiempo en que los rápidos cambios culturales y sociales oscurecen el sentido de la tradición y exponen, especialmente a las nuevas generaciones, Talla de la Inmaculada del siglo XVII en marfil y plata (Familia Cano Sordo)al riesgo de perder la relación con las propias raíces, es especialmente urgente la tarea de recordar a los demás la memoria de su propia identidad.

       Todo hombre siente la necesidad de estar enraizado en la historia humana, de buscar las raíces profundas de su persona, de su familia, de la cultura y sociedad a la que pertenece. En definitiva, todos buscamos el sentido de nuestra existencia. Pero las raíces más profundas de la humanidad, son las religiosas, porque, en última instancia, todos los hombres estamos emparentados, formamos parte de una misma familia y somos hijos de Dios.

       A la pregunta que se hace todo hombre sobre el origen de su existencia, se puede responder de muchas maneras. Los cristianos estamos convencidos de que Dios es la única respuesta profunda y plena. Además, creemos que, para ser verdaderamente humana, la cultura debe ahondar sus raíces en Jesucristo.

       Al menos en las últimas quince generaciones, hasta llegar al siglo XVI, todos nuestros antepasados conocidos recibieron el sacramento del bautismo, la inmensa mayoría de ellos se casaron en la Iglesia Católica (hay algunos nacimientos, pocos, fuera de la institución matrimonial), y al final de su vida, recibieron cristiana sepultura. Vivieron su fe cristiana sinceramente trasmitiéndola a sus sucesores hasta llegar a nuestra generación. En la investigación genealógica que hemos llevado a cabo, revisando miles de partidas inscritas en los libros sacramentales de las parroquias católicas, podremos encontrar o no los datos que nos gustaría conocer de nuestros antepasados, pero lo que nunca faltará es el trasfondo religioso en el que estaban inmersos. Su fe, la fe de sus padres y abuelos, los acompañaba siempre, desde la pila bautismal hasta la sepultura.

       Un elemento fundamental de esa fe cristiana es creer en la inmortalidad del alma humana y en la resurrección de los cuerpos. Nuestros antepasados estaban convencidos de que, después de la muerte, es posible mantener una comunión espiritual con los difuntos. Nosotros les ayudamos a purificar sus culpas y en su camino hacia la Luz (el epitafio en el sepulcro del Cardenal Newman, dice: "Ex umbris et imaginibus in veritate": "Desde las sombras y las imágenes hacia la verdad") y ellos interceden por nosotros ante Dios. Por esta razón, en sus testamentos nunca faltaban los sufragios que había que ofrecer por sus almas, concretados de manera muy explícita.

       Por ejemplo, Gonzalo Delgado, natural de Oliva de la Frontera (Extremadura), murió en Querétaro el 14 de abril de 1597, y dejó dicho en su testamento, entre otras cosas que se ofrecieran por su alma "diez misas rezadas en la iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe, cerca de la ciudad de México". Otro ejemplo: Domingo de Elorriaga murió en Lemoa (Bizkaia) el 21 de mayo de 1631, y dispuso en su testamento que se celebrasen cuatro misas por su alma en la ermita de San Pedro de Elorriaga. Veamos la partida de Isabel de Lecuona, que murió en Arenaza (Valle de Lenitz, Gipuzkoa) el 1 de noviembre de 1670, a los 61 años de edad:

       "En once días de noviembre de mil y seicientos sesenta años morió Isabela de Lecuona, viuda, habiendo recibido los Santos Sacramentos con mucha devoción y buena cristiana; encargó a su hijo Lucas la enterrase en hábito de Ntro. Sr. Padre San Francisco, en la sepultura de la casa de Arenaza y le sacase doce misas y una misa en privilegiado, y le hiciese su entierro y novena".

       El conocimiento de nuestras raíces familiares fortalecerá la comunión con quienes "nos han precedido con el signo de la fe y duermen ya el sueño de la paz" (Plegaria Eucarística I). Baste como último testimonio parte del testamento de Diego Fernández de Olarte (5 de septiembre de 1385):

       "Primeramente, acomyendo la mi alma a Dios, que la creó, e a la Virgen Santa Marya, su madre, e el cuerpo a la tierra donde fue formado; mando que entierren el mi cuerpo, después de mi fynamiento, en Sant Bartolomé de Olarte, en la fuesa do yasen mi padre e mi madre, e mando que me trayan oblada e candela en la dicha yglesia de Sant Bartolomé mientre fuere beluntad de donna Ynés López, mi muger, e de Diego Fernández, mi fijo".

       La "oblada" era una ofrenda de pan bendito que los fieles tenían en sus manos durante la Misa, y que ofrecían por sus difuntos. Además, no faltaba la "candela" para iluminar la tumba, que significa la luz de la vida eterna a la que aspiran los que han pasado al Señor.

       En este artículo quisiera recoger citas de diversos autores, que nos ayuden a comprender con más profundidad la comunicación de carácter religioso que podemos tener con nuestros antepasados y la importancia de mantener esos lazos familiares aún después de la muerte.

Juan Pablo II

       «En estos momentos trascendentales para la consolidación de una Europa unida, deseo evocar las palabras con las que en Santiago de Compostela me despedía al finalizar mi primer viaje apostólico por tierras españolas en noviembre de 1982. Desde allí exhortaba a Europa con un grito lleno de amor, recordándole sus ricas y fecundas raíces cristianas: "¡Europa, vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Aviva tus raíces!". Estoy seguro de que España aportará el rico legado cultural e histórico de sus raíces católicas y los propios valores para la integración de una Europa que, desde la pluralidad de sus culturas y respetando la identidad de sus Estados miembros, busca una unidad basada en unos criterios y principios en los que prevalezca el bien integral de sus ciudadanos» (Discurso, Aeropuerto Internaciional de Madrid-Barajas, 3-V-2003).

       «Es importante que Europa, enriquecida a través de los siglos por el tesoro de la fe cristiana, confirme estos orígenes y revivifique estas raíces. La contribución más importante que están llamados a dar los cristianos a la construcción de la nueva Europa es ante todo su fidelidad a Cristo y al Evangelio» (Juan Pablo II, Discurso a la Curia Romana, 22-XII-2003, n° 4).

       «La dificultad para aceptar el hecho religioso en la vida pública se ha verificado de manera emblemática con motivo del reciente debate sobre las raíces cristianas de Europa. Algunos han hecho una relectura de la historia a través del prisma ideologías reductivas , olvidando lo que ha aportado el cristianismo a la cultura y a las instituciones del continente: la dignidad de la persona humana, la libertad, el sentido de lo universal, la escuela y la universidad, las obras de solidaridad. Sin subestimar a las demás tradiciones religiosas, es un hecho que Europa se afirmó al mismo tiempo en que era evangelizada. Y es un deber de justicia recordar que hasta hace poco tiempo, los cristianos, al promover la libertad y los derechos del hombre, han contribuido a la transformación pacífica de regímenes autoritarios, así como a la restauración de la democracia en Europa central y oriental» (Discurso a los miembros del Cuerpo diplomático, 12-I-2004, n° 3).

       «Si bien no han faltado en la historia errores, inclusive entre los creyentes, como reconocí con ocasión del Jubileo, esto no se debe a las «raíces cristianas», sino a la incoherencia de los cristianos con sus propias raíces» (Encíclica Mane nobiscum, n° 26).

       «Los ancianos ayudan a ver los acontecimientos terrenos con más sabiduría, porque las vicisitudes de la vida los han hecho expertos y maduros. Ellos son depositarios de la memoria colectiva y, por eso, intérpretes privilegiados del conjunto de ideales y valores comunes que rigen y guían la convivencia social. Excluirlos es como rechazar el pasado, en el cual hunde sus raíces el presente, en nombre de una modernidad sin memoria. Los ancianos, gracias a su madura experiencia, están en condiciones de ofrecer a los jóvenes consejos y enseñanzas preciosas» (Carta a los Ancianos, 1-X-1999, n° 10).

Benedicto XVI

        «El pasaje evangélico que acabamos de escuchar amplía nuestros horizontes. Presenta la historia de Israel desde Abraham como una peregrinación que, con subidas y bajadas, por caminos cortos y por caminos largos, conduce en definitiva a Cristo. La genealogía con sus figuras luminosas y oscuras, con sus éxitos y sus fracasos, nos demuestra que Dios también escribe recto en los renglones torcidos de nuestra historia. Dios nos deja nuestra libertad y, sin embargo, sabe encontrar en nuestro fracaso nuevos caminos para su amor. Dios no fracasa. Así esta genealogía es una garantía de la fidelidad de Dios, una garantía de que Dios no nos deja caer y una invitación a orientar siempre de nuevo nuestra vida hacia él, a caminar siempre nuevamente hacia Cristo (...). Peregrinar significa estar orientados en cierta dirección, caminar hacia una meta. Esto confiere una belleza propia también al camino y al cansancio que implica. Entre los peregrinos de la genealogía de Jesús algunos habían olvidado la meta y querían ponerse a sí mismos como meta. Pero el Señor había suscitado siempre de nuevo personas que se habían dejado impulsar por la nostalgia de la meta, orientando hacia ella su vida (...). Necesitamos este corazón inquieto y abierto. Es el núcleo de la peregrinación» (Homilía que pronunció Benedicto XVI en el Santuario mariano de Mariazell, Austria, el 8-IX-2007).

        «Los testimonios de Ester y Pablo, que hemos escuchado antes en las lecturas, muestran cómo la familia está llamada a colaborar en la transmisión de la fe. Ester confiesa: "Mi padre me ha contado que tú, Señor, escogiste a Israel entre las naciones" (14,5). Pablo sigue la tradición de sus antepasados judíos dando culto a Dios con conciencia pura. Alaba la fe sincera de Timoteo y le recuerda "esa fe que tuvieron tu abuela Loide y tu madre Eunice, y que estoy seguro que tienes también tú" (2 Tm 1,5). En estos testimonios bíblicos la familia comprende no sólo a padres e hijos, sino también a los abuelos y antepasados. La familia se nos muestra así como una comunidad de generaciones y garante de un patrimonio de tradiciones. (...) Cuando un niño nace, a través de la relación con sus padres empieza a formar parte de una tradición familiar, que tiene raíces aún más antiguas. (...) En el origen de todo hombre y, por tanto, en toda paternidad y maternidad humana está presente Dios Creador. Por eso los esposos deben acoger al niño que les nace como hijo no sólo suyo, sino también de Dios, que lo ama por sí mismo y lo llama a la filiación divina. Más aún: toda generación, toda paternidad y maternidad, toda familia tiene su principio en Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. (...) A Ester su padre le había trasmitido, con la memoria de sus antepasados y de su pueblo, la de un Dios del que todos proceden y al que todos están llamados a responder. La memoria de Dios Padre que ha elegido a su pueblo y que actúa en la historia para nuestra salvación. La memoria de este Padre ilumina la identidad más profunda de los hombres: de dónde venimos, quiénes somos y cuán grande es nuestra dignidad. Venimos ciertamente de nuestros padres y somos sus hijos, pero también venimos de Dios, que nos ha creado a su imagen y nos ha llamado a ser sus hijos. Por eso, en el origen de todo ser humano no existe el azar o la casualidad, sino un proyecto del amor de Dios. Es lo que nos ha revelado Jesucristo, verdadero Hijo de Dios y hombre perfecto. Él conocía de quién venía y de quién venimos todos: del amor de su Padre y Padre nuestro». (Homilía que pronunció Benedicto XVI durante la misa de clausura del V Encuentro Mundial de las Familias que celebró en la Ciudad de las Artes y de las Ciencias de Valencia, el 9 de julio de 2006).

Card. Joseph Ratzinger (Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe)

       «Jesús, en cuanto niño, no sólo proviene de Dios, sino también de otros hombres. Ha vivido en el seno de una mujer, de la que ha recibido su carne y su sangre, los latidos de su corazón, su comportamiento y su palabra. Ha recibido la vida de la vida de otro ser humano. El que provenga de otro aquello que es propio de uno no es un hecho puramente biológico. Significa que incluso la forma de pensar y de observar, la hechura de su alma, la recibió Jesús de hombres que existieron antes que él y, en último término, de su Madre. Significa que, acogiendo la herencia de sus antepasados, ha querido seguir el camino tortuoso que desde María se remonta a Abraham y llega hasta Adán. Ha cargado con el peso de esta historia» (J. RATZINGER, El Camino Pascual, Herder, Barcelona 1985, p. 81).

       «La Tiempo y memoria están unidos. El tiempo se hace perceptible para nosotros como una realidad coherente, aun dentro del continuo transcurrir, solamente gracias a la memoria. En la memoria el pasado se conserva como presente. Lo que el presente significa para nosotros depende de nuestra memoria, que organiza unidades de tiem-po más o menos grandes como mi tiempo, como nuestro tiempo, y así per-mite también programar el futuro, tomar decisiones para el porvenir. La capacidad de futuro del hombre depende de las raíces que tiene, de cómo ha logrado acoger en sí mismo el pasado y, a partir de éste, elaborar criterios de acción y de juicio. La memoria puede quedar envenenada por el odio, por la desilusión, por falsas esperanzas, por mentiras arraigadas. Entonces no puede surgir un verdadero futuro. La memoria puede ser superficial, miope; y también entonces puede sufrir engaños o desviaciones, y una vez más el futuro queda en peligro. Por eso, es continuamente necesaria la purificación de la memoria, para que como agua transparente pueda hacer visible el fondo y acoger en sí el reflejo del sol, de la luz de lo alto» (J. RATZINGER, Homilía, 5-III-1997).

María Simma (vidente austriaca, fallecida en 2004)

       «La tumba debería ser sencilla y mantenida con amor. Se necesita rociarla con agua Bendita regularmente y tener una vela encendida permanentemente. Estas son las dos cosas que las ánimas dicen que les gusta y de las cuales necesitan»(Nick Eltz y María Simma, ¡¡Ayúdennos a salir de aquí!!, México, 2006, p. 175).

       «Es conveniente acudir a las tumbas a lo menos por tres generaciones. Lo digo por que en la Biblia está escrito que los pecados de los padres recaerán sobre nosotros por tres o cuatro generaciones. Nuestras oraciones, entonces, deberían atravesar las generaciones y no ser solamente dichas por aquellos que hayamos conocido personalmente. A propósito, es bueno que a los niños se les inculque el interés y amor por los abuelos y bisaabuelos puesto que esto no puede más que traer bien para todos. Deben de crecer sabiendo de la importancia que tienen las raíces comunes y de un camino por recorrer todos juntos. Qué triste es la desorientación que se puede constatar hoy en día en la sociedad moderna causada por los continuos desplazamientos de una familia para buscar un mejoramiento económico y social. Como bien sabemos, hay siempre un momento en la vida de cada uno en el cual se "regresa a casa". Satanás trata de desmembrar a la familia en todos los niveles, ya sea en el marco de la misma generación como entre diferentes generaciones» (p. ibidem, 176).

Enoc (vidente colombiano)

       «Las almas de vuestros familiares difuntos y antepasados, necesitan de vuestras oraciones; muchas almas penan en el Purgatorio porque no hay quien ore por ellas. Generaciones enteras han pasado sin que nadie se acuerde de orar por ellas; estas pobres almas necesitan oraciones y ayunos y obras de caridad de vosotros los de aquí, para que puedan ser liberadas. Acordados hijos míos, que yo vuestro Padre Celestial, todo lo hago dependiendo de vuestras oraciones y suplicas, pues respeto mucho vuestro libre albedrio. De vuestras oraciones, ayunos, obras de caridad y suplicas, a favor de las almas, depende la sanación de vuestro árbol genealógico. Todas las bendiciones que tengo para vosotros y vuestras heredades están interrumpidas por la falta de oración intergeneracional. Acordaos: un árbol bueno da buenos frutos; mas un árbol malo da frutos malos; por eso debéis orar por vuestro árbol genealógico paterno y materno, para que sean cortadas de raíz, todas las ataduras y maldiciones en las generaciones, y así podáis vosotros y vuestras heredades vivir en bendición. Entregadme en mi sacrificio diario, en el momento de La Consagración [durante la Santa Misa], a vuestros familiares difuntos y antepasados, y yo, vuestro Padre, cortaré todo vínculo negativo entre ellos y vosotros. Todas las enfermedades, impurezas sexuales, envidias ocultismos, resentimientos y pobreza espiritual y material, tiene su raíz en vuestro árbol genealógico. Si vosotros oráis por vuestros antepasados difuntos, no solo seréis liberados vosotros y vuestras descendencias, sino también ellos. Orar por vuestros bisabuelos y abuelos maternos y paternos, para que sean rotas las cadenas intergeneracionales y podáis vosotros ser libres y bendecidos. No sigáis arrastrando cadenas y llevando cargas de antepasados; ¡parad de sufrir!, entregadme vuestro árbol genealógico paterno y materno, orad ayunad y haced obras de caridad por su liberación y veréis grandes cambios en las generaciones. Acordaos: “Yo he venido para que tengáis vida y vida en abundancia”. No me complazco viéndoos sufrir; romped pues las cadenas que os atan intergeneracionalmente, para que podáis ser fruto agradable a los ojos de vuestro Padre Celestial. Que mi paz os acompañe y la luz de mi Espíritu os guíe. Soy vuestro Padre Jesús Sacramentado» (Mensaje de Jesús el Buen Pastor, 10 de marzo de 2010; ver sitio web).

Ned Dougherty (vidente americano)

       «Quienes aún viven en la tierra, han sido precedidos al Reino de los Cielos por sus antepasados y seres queridos a través de toda la historia de la humanidad. Pronto les llegará el turno de dar ese paso al final de su vida terrena. Este conocimiento e información debe ser el pensamiento más importante en su mente en cada momento del día. Pronto se reunirán con sus hermanos y hermanas, que han pasado antes que ustedes a los reinos eternos, y con quienes están relacionados desde toda la eterindad. A través de esta conexión es como deben honrrar y reconocer su relación con todos sus hermanos y hermanas en este día particular que celebran como Día de Todos los Difuntos (o Dia de Todas las Almas). La manera más importante para que ustedes se relacionen con sus seres queridos, y también con todos los miembros de la humanidad que ya han llegado al hogar de los reinos eternos, es a través de la recepción del regalo de vida que les he dejado durante mi vida terrena, el regalo de la Sagrada Eucaristía. Yo les he ofrecido, como Salvador y Redentor, el don de la Sagrada Comunión, de manera que este regalo sea llevado a toda la humanidad, aún en el final de los tiempos» (Mensaje dado por Nuestro Señor a Ned Dougherty, el 2 de noviembre de 2011, en la Capilla de Adoración Eucarística de la Iglesia de Santa Rosalía, Hampton Bays, New York. La traducción del inglés es nuestra; ver sitio web).


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