Perfil
sintético del hombre y del pensador (Manlio Simonetti)
XXXXXAl
inicio de estas paginas dedicadas a Agustín hemos resaltado el
carácter excepcional de su fisonomía de pensador y escritor
en el contexto de una cristiandad africana de un perfil cultural, por
lo demás, bajo. XXXXXNo parece que Agustín haya sido un hombre de de grandes lecturas, pues el desconocimiento del griego era una limitación en este sentido. De los autores clásicos, sólo tuvo conocimiento de aquellos que estudio y enseñó en la escuela; de los cristianos leyó un poco más, pero no mucho más. Por otra parte, su actitud era la de sacar de esos estímulos el máximo de provecho, para coadyuvar al crecimiento interior, crecimiento que se debió esencialmente a su capacidad de armonizar aspectos antitéticos entre sí, lo que le llevó a los éxitos que conocemos. De esta excepcionalidad él fue el primero que se dio cuenta que la poseía, y con él, aquellos que le estaban cercanos. Su aplastante superioridad especulativa —que hacía imposible un diálogo entre iguales con cualquier otro autor de occidente, y sobre todo en medio de los desposeídos africanos— si, por una parte, le aseguró durante un tiempo una autoridad que, en África, de hecho, era ilimitada, y de la cual él sabía valerse en contra de sus adversarios, sobre todo de los pelagianos; por otra parte, lo relegaba en el aislamiento intelectual, expuesto a la tentación de la autocomplacencia, y a la eventualidad de identificar, ambiguamente, la defensa intransigente de la ortodoxia, con su personal reflexión. En efecto, precisamente porque Agustín advirtió su conversión como don exclusivo de la gracia divina para beneficio de él —que se consideraba absolutamente indigno—, se convenció de que esta gracia había sido la protagonista exclusiva —entre tantos pecadores destinados a la perdición— de la salvación de pocos predestinados. Pero precisamente en este punto, se inserta el drama personal de Agustín: ¿puede él estar seguro de ser uno de los predestinados, teniendo en cuenta que solamente puede considerarse predestinado aquel que ha recibido el don de la perseverancia final? Agustín tuvo conciencia de su genio, y por tanto, tuvo miedo de que esta conciencia suya pudiera ser una manifestación de soberbia: de ahí que su temor fuera un constante reclamo a la humildad, que se dirige a todos los que le escuchan, a todos sus lectores pero, en primer lugar, a sí mismo. En el momento decisivo de la muerte, él lloraba —cuenta Posidio—, mientras leía y recitaba los salmos penitenciales: ni siquiera en aquel momento, lo abandonó el temor; pero Dios es más misericordioso de cuanto él había creído y sostenido. XXXXXBibliografía: Resumen de Manlio Simonetti y Emanuela Prinzivalli, Storia de la Letteratura cristiana antica, Piemme, 2ª ed. Casale Monferrato 2002, pp. 508-510 [Traducción de Víctor Cano]. |