C) Cristología y Soteriología XXXXXDesde
su más tierna infancia, Agustín se familiarizó con
el nombre de Cristo. Su largo camino hacia la "verdadera filosofía"
fue, en realidad, una búsqueda de Cristo, como él mismo
lo atestigua en sus Confessiones. XXXXXMás tarde, en el año 411, Agustín llegará a la formulación definitiva de su cristología y preparará la solución del concilio de Cacedonia (año 451) al resumir la unión de las dos naturalezas de Cristo en su única persona con la fórmula siguiente: "Christus una persona in utraque natura" (Carta 137), a la que llega estimulado por la llamada "exégesis desde la persona", una forma de interpretación antigua, conocida ya en el mundo profano, que pregunta por el sujeto de una frase, de una aseveración o de una acción. Cristo es el sujeto único de todas las palabras o acciones tanto del hombre Jesús como del Hijo de Dios. XXXXXEsto soluciona también el problema de la communicatio idiomatum (atribución recíproca de los atributos humanos y divinos), que tan graves problemas ocasionó a Leporio y posteriormente a Nestorio. Agustín distingue entre el significado del nombre "Jesús" como nombre y "Cristo" como función redentora del Hombre-Dios. "Aunque Jesucristo, nuestro Salvador, es uno, sin embargo, "Jesús" es su nombre propio... y "Cristo" es el nombre del sacramento" (In Epistulam Iohannis tractatus 3, 6). XXXXXLa soteriología de Agustín explica la obra redentora de Cristo en dos planos: en el de la dogmnática y en el de la espiritualidad cristocéntrica. Cristo es el mediador (mediator) entre Dios y los hombres, precisamente en cuanto que él es hombre (cfr. 1 Tim 2, 5). El Hijo de Dios se hizo hombre para tender un puente sobre el abismo que separaba a Dios de los hombres. Ese anonadamiento del Hijo de Dios era necesario para dar ejemplo a los hombres, porque en el anonadamiento de Cristo (Christus humilis) se manifiesta de modo insuperable la gracia de Dios, y da el ejemplo decisivo (Christus exemplum et magister vitae) contra el pecado por antonomasia: el orgullo. XXXXXCristo garantiza la santidad radical e inmutable de su Iglesia, en cuanto que cabeza del cuerpo (contra los donatistas), y también que él es el mediador de toda la gracia (contra los pelagianos). El hombre recibe la gracia de la salvación sólo particiapando en el acto redentor de Cristo que consiguió todas las gracias; y se hace partícipe perteneciendo al cuerpo de Cristo por medio del bautismo. |