SAN WOLFGANG

Las siguientes consideranciones sobre la San Wolfgang, están tomadas de J. Ratzinger, De la mano de Cristo. Homilías sobre la Virgen y algunos Santos, Eunsa, Pamplona 1997, pp. 101-106.

Homilía pronunciada por el Card. Ratzinger, en la Catedral de Ratisbona, el 3-VII-1994, con ocasión del milenario jubilar por San Wolfgang (+994). Referencias a las Sagradas Escrituras: Juan 10, 11-17.

San Wolfgang, santo de Baviera, fue obispo de Ratisbona (972-994). Nació hacia 934 y murió en Pupping (Alta Austria), el 31 de cotubre de 994. El nombre de Wolfgang es de origen germano. San Wolfgang fue una de las tres estrellas que brillaron en el siglo X alemán, junto con San Ulrico y San Conrado. Procedía de la familia de los condes Pfullingen de Suabia. Estudió en el monasterio de Reichenau. Ahí hizo amistad don Enrique, hermano del obispo Poppo de Würzburg. y se fue a vivir a esa ciudad. Después de que Enrique fuera consagrado obispo de Trier en 956, Wolfgang fue designado maestro en la catedrán de Trier. Ahí conoció a Ramwold, el maestro de St. Adalbert de Prague. Después de la muerte de Enrique de Trier (964), Wolfgang entró en la orden benedictina en la abadía de Maria Einsiedeln. Fue ordenado sacedote por San Ulrico en 968. Después de la victoria de Otón I, en Lechfeld, contra los Magiares, Wolfgang fue enviado a ese pueblo, para evangelizarlos. Wolfgang fue nombrado obispo de Ratisbona en la Navidad de 972. Ahí se convirtió en el tutor del que sería el emperador San Enrique II. Reformó la abadía de St. Emmeram. Fue canonizado en 1052.

San Wolfgang fue preceptor de Santa Gisela de Baviera, hija de Enrique "el Pendenciero" (duque de Baviera), hermana de San Enrique II (emperador de Alemania), esposa de San Esteban (rey de de Hungría) y madre de Alghita de Hungría, esposa de Edmundo II "Ironside" (rey de Inglaterra).

Al terminar el año jubilar por San Wolfgang (1994) nos preguntamos ¿de qué nos ha servido y qué nos quedará? Nos quedará alegría y gratitud, porque la memoria de un hombre bueno nos produce contenido, amplitud y elevación. Se nos trasmite la bondad del mismo Dios.

Satanás es el acusador de Dios y de los hombres que nos presenta lo negativo para que perdamos la alegría que procede de Dios y nace de nosotros. Jesucristo y el Espíritu Santo son los abogados de Dios y nuestros defensores. Y entre nuestros abogados también incluimos a los santos, que están vivificados por el aliento del Espíritu Santo.

"En nuestro tiempo está de modo desconfiar, poner bajo sospecha, desenmascarar y dejar al descubierto toda clase de inmundicias" (p. 101). Se ataca a la Iglesia (Galileo, la Inquisición, etc.). Nadie niega que en la Iglesia hayan existido pecadores, porque Jesús no la reservó sólo para seres angelicales.

Lo asombroso no es que existan pecados en la Iglesia de la que somos parte. Lo admirable es que la Palabra de Dios, a pesar de nuestros pecados, no haya dejado de dar fruto y de hacer santos en todas las generaciones. También hoy los hallamos en nuestro alrededor.

Cuando la gente habla del oscurantismo medieval, parece que no han entrado en una catedral como ésta, que viene de la Edad Media. Aquí vemos, en las obras de arte, rostros de hombres y mujeres de otras épocas, que reflejan la bondad de Dios. Dios no deja de trabajar el barro con su Espíritu e iluminar la miseria de lo humano con su luz. Nuestro mundo se derrumbaría si le faltase la luz de Dios que nos alumbra.

San Wolfgang vivió en el llamado saeculum obscurum, siglo de oscuridad. El Papado, en Roma, estaba a merced de la nobleza romana, en un tiempo de anarquía originada por las invasiones de los bárbaros. En Alemania, los obispos eran, a su vez, príncipes territoriales, y muchas veces actuaban como tales, sin que apareciera la humildad característica del oficio sacerdotal. Ante tales circunstancias parecía que la Iglesia estaba a punto de derrumbarse definitivamente. Pero Dios iba a probar que no la había dejado de su mano.

Por entonces aparece la renovación benedictina en las dos grandes abadías de Cluny y Gorze, en Borgoña y Lotaringia. San Wolfgang fue uno de los mayores artífices de esa reforma.

La clave fue la Regla de San Benito. Su secreto fue trasladar el Evangelio a una regla de vida que permitiese practicarlo en el quehacer de cada día.

Las dos ideas centrales son las siguientes: 1) Nihil amori Christi praeponere y, 2) la conversatio morum. "Lo primero significa no anteponer una carrera profesional, el éxito, el poder, el dinero o el favor de los magnates, sino poner el corazón en los humildes, y ejercer la justicia y la bondad en el vivir de cada día. La tradición ha condensado lo segundo en tres ideas: pobreza, castidad y obediencia, o, lo que viene a ser lo mismo, libertad frente a sí mismo, limpieza de corazón, y probidad" (p. 104).

Nuestro tiempo adolece de una carencia terrible de la conversatio morum (cambiar de vida). Las ideologías nos han prometido en vano un nuevo tipo de hombre que ha resultado ser soberbio, mentiroso, corrupto, jactancioso, amante del éxito, intolerante, revoltoso e insumiso. Sólo de Jesús nos viene el verdadero ideal humano. "Como hombre de Jesucristo, San Wolfgang nos invita a que, viviendo conforme a ese modelo de pureza y disciplina interior, nos convirtamos a la justicia, la bondad y la honradez" (p. 104).

San Wolfgang no fue un simple moralizador. En vez de limitarse a predicarnos exigencias, demostró con su vida de obispo santo, la regla que enseñaba.

"Yo tengo otras ovejas que no son de este aprisco, y debo conducirlas… para que haya un solo rebaño y un solo pastor" (Jn 10,16). Jesús nos invita a no quedarnos en el pequeño redil propio, sino salir en busca de otros. San Wolfgang renunció a Bohemia y facilitó que se fundara la diócesis de Praga. Así nos dio ejemplo de renunciar a lo propio y acoger con espíritu fraterno a los otros.

También abrió barreras al hacerse preceptor de Santa Gisela, esposa de San Esteban de Hungría (979-1038). De aquí que lo debemos incluir entre los constructores de Europa.

Nuestra fe significa siempre creer junto con otros: extender nuestro espíritu de creyentes a todos cuantos habitan el ancho campo de la Iglesia.

El símbolo de San Wolfgang es el hacha, que significa su afán de construir la casa de la Iglesia para todos. Es posible que este signo resultara de un equívoco sobre la llave de San Pedro que figura en el escudo de Ratisbona, que nos habla de la unidad entre el Apóstol y sus continuadores.


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